Despuntando al alba, después de pasar la noche en vela, ha llegado el momento de partir, despierto con voz firme a mi escudero, responde con un gruñido y luego de un rápido despertar soñoliento se levanta para calentar agua y poderme asear antes de vestirme, el sol comienza a acariciar las montañas con sus rayos, la brisa despeina y juguetea con mis cabellos, el rocío humedece mis barbas y hace que reluzcan con un brillo especial y casi mágico.
Las flores despiden su aroma, la niebla que cubría el campo ahora poco a poco desaparece con los primeros rayos del amanecer. Antes no me percataba de estos detalles, odiaba las flores y los amaneceres. Estaba tan ensimismado con los placeres mundanos que no me percataba de los detalles, pero ahora, puede ser que por mi inexorable destino me dé cuenta de este amanecer tan extraño, misterioso y cotidiano. No sé a que se deba, será algún presagio, alguna despedida.
El escudero me interrumpe en mis cavilaciones, el agua está lista, debo asearme, el hambre me recuerda el ayuno, pero no debo ingerir nada hasta después de la lucha, es el ofrecimiento hacia los dioses para pedir misericordia y fuerza durante la lucha.
Poco a poco voy cubriendo mi cuerpo con la armadura, primero las piernas, en que cada parte se adhiere y se fija a mi cuerpo ensamblada de forma perfecta, protegiendo mi cuerpo pero a la vez permitiendo la movilidad. Después, el pectoral y la espalda, que se fijan fuertemente para evitar el movimiento o el desprendimiento ante una embestida, o algún hueco que me convierta en vulnerable ante mi oponente.
Veo los ojos de mi escudero, se muestra perturbado, con una mirada distante, pero sus movimientos firmes y precisos como autómata me dicen que su psique bloquea el instante en el que está viviendo, solo hace lo que tiene que hacer, nada más. Me doy cuenta de lo solo que estoy en el mundo. Solo con mi destino, el inmutable destino que no está escrito o que quiero creer que yo lo escribo. No lo sé, y mi escudero que no me ayuda con el misterio del destino, está muy ocupado con el suyo...
Al fin termina la ceremonia de la investidura de caballero, la espada afilada está en su funda a mi costado, toda la noche le he sacado brillo para esta lucha. Me hinco y rezo hacia los cuatro vientos, y el cenit, queriendo creer que dios existe y me escucha, sé que he sido un gran blasfemo y que siempre he negado su existencia, pero hoy, precisamente hoy, quiero creer en él, quiero creer que existe un mundo mejor, mas allá de las estrellas, en donde me puedo refugiar.
No quiero partir a la batalla pensando en que mi vida es muy absurda y que a mi muerte mi existencia se desvanezca como el polvo sin dejar huella, solo estelas de partículas que ocupan el todo y no son nada. Quiero creer en ese dios para que en este momento mi vida tenga un sentido ante la horrorosa y fatídica realidad.
Paso veloz por entre el bosque y los arboles. Solo retumban los cascos de mi corcel al golpear las piedras. El agua del arroyo que acabo de pasar refrescó un poco mi piel y me recordó que sigo vivo unos instantes más. El movimiento de mi corcel hacia adelante y hacia atrás me impulsa ante mi destino.
Siento el poder del corcel mezclado con el mío, los puños apretados, aferrados a la brida, el viento golpeando mi rostro, recordándome el sabor de la libertad, sintiendo que las patas de mi corcel no tocan el piso. La velocidad me recuerda lo efímero de la vida y lo absurdo de las normas que me impone el destino y que he creído que deben regir mi existencia, el absurdo significado de la vida y cómo la sociedad se encargó de decidir por mí sin darme cuenta de lo que yo quería. Pero ahora es tarde, mi compromiso es más fuerte y cumpliré con mi destino aunque mi vida esté de por medio...
1 comentario:
Solo tengo un comentario en este momento en el que mis palabras se han ido... Wow...
Sigue escribiendo...
Un saludo...
atte
G. Camacho S.
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